Berenjenas de Cadaqués

Cadaqués es la población más oriental de la Penísula Ibérica, localizada en la comarca catalana de l'Alt Empordà, a un paso del parque natural del Cabo de Creus y de la frontera francesa. Esta pequeña población - apenas 3000 habitante censados - se encuentra rodeada de montañas y su acceso por tierra ha sido históricamente complicado y en determinadas épocas, imposible. De hecho aún hoy en día la carretera que lleva hasta ella es sinuosa y difícil de recorrer. Siempre ha sido más sencillo salir o entrar en Cadaqués por mar y de hecho es un pueblo que hasta la eclosión del turismo vivía principalmente de la pesca, si bien en las vertientes de las montañas que lo rodean y con la ayuda de ingeniosas terrazas los lugareños se las ingeniaron para hacer cultivables terrenos que por su inclinación serían impensables para la agricultura. Si tenéis la oportunidad de visitar el pueblo seguramente llegaréis a través de la única carretera existente y podréis admirar las terrazas que menciono. Cuando no existía la carretera actual las terrazas con sus cultivos de cereales, olivos y hortalizas eran el único medio de los locales para complementar su dieta, aunque no daban mas que para el autoconsumo.

Ese mismo aislamiento propició que al ser descubierta se convirtiera en un refugio para veraneantes y artistas. Los primeros siguen acudiendo en la época estival, huyendo de una Costa Brava que se ha convertido en modelo de estudio internacional sobre los destrozos medioambientales que nunca se han de hacer en un lugar turístico para no matar la gallina de los huevos de oro; los segundos porque la calma y la luminosidad del mar y las casas encaladas propician la creación artística. El más famoso artista que ha recalado en Cadaqués fue Salvador Dalí, el cual contaba con una casa en Port Lligat, una de las calas de la población.

Ese microcosmos cadaquense también cuenta con una gastronomía digna de mención. Las anchoas gozan de la misma fama que las anchoas de l'Escala mientras que las berenjenas de Cadaqués constituyen un plato exquisito.

INGREDIENTES (4 personas) :

2 berenjenas grandes moradas
2 cebollas moradas grandes tipo "Figueres"
400 gramos de tomate triturado (una lata)
1 vaso de vino blanco (200 ml)
1 vaso largo de caldo vegetal (250 ml)
Una docena de almendras tostadas
Una ramita de perejil
1 diente de ajo
Harina de trigo blanca
Queso rallado cremoso
Sal
Aceite virgen extra de oliva

En primer lugar es preciso preparar las berenjenas con suficiente antelación. Para ello debemos cortarlas en rodajas algo gruesas, sin quitarles la piel, y sumergirlas en agua con un buen puñado de sal durante al menos 6 horas. Esto se hace por dos motivos. El primero es eliminar el componente que da a la berenjena un sabor salado y en segundo lugar hacer que los poros de la pulpa se rellenen con agua; de esta manera cuando se frían en aceite no se empaparán del mismo.

Transcurrido el tiempo de remojo escurrimos bien las rodajas de berenjena y las pasamos por harina, friéndolas a continuación en abundante aceite de oliva. Cuando están doradas las retiramos, colocamos sobre un papel absorbente y reservamos.

En una cazuela de barro - es lo tradicional - o una cazuela que pueda ir al horno, incorporamos un chorro generoso de aceite de oliva y en él pochamos las cebollas cortadas en juliana. Cuando empiezan a transparentar añadimos los tomates triturados. Al tomar cuerpo el sofrito - se queda seco porque se evapora el agua de los tomates - se añade el vino y el caldo. Dejamos cocinar a fuego medio unos minutos y entonces añadimos las berenjenas.  

En un mortero majamos el diente de ajo, la rama de perejil y las almendras con un poco de sal. Lo espolvoreamos por encima y a continuación cubrimos la cazuela con queso rallado.

Precalentamos el horno a 180 grados, conectamos el gratinador y mantenemos durante unos 20 minutos o hasta que la superficie está dorada.

Una auténtica delicia para el paladar.